Page 83 - Libro Max Cetto
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Cetto visto desde la cercanía Bettina Cetto
Me inquieté; nunca había escuchado esta pregunta pero me llevó a reflexionar: si hemos
observado que obras de mi padre navegan por ahí, bajo el nombre de otro arquitecto o in-
geniero, ¿voy a permitir que llegue el momento en que se le despoje también de la autoría
de su mosaico?
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Como bien señala Heredia, es probable que Cetto haya copiado la técnica del mosaico
de mi padrino Juan para el mural de su estudio; sí, la técnica. Al respecto quiero incluso
remontarme un poco, citando al mismo O’ Gorman cuando escribió:
Desde luego es necesario señalar que Diego Rivera inventó un procedimiento muy
económico para obtener efectos plásticos de materia y forma, que consiste en hacer
mosaicos de piedras de colores en las losas de concreto armado, colocando sobre la
cimbra las piedras del mosaico para colocar después el concreto, fijando de esta manera
a la losa, en forma permanente, las piezas que forman los mosaicos. 35
En realidad, si Diego inventó la técnica, la desarrollaron al alimón en el Anahuacalli.
Quien experimentó en el mismo edificio para lograr los mosaicos blanco y negro del pri-
mer piso fue Diego; ya en el segundo piso encontramos mayor riqueza de colores. Juan
perfeccionó la técnica de colado y logró obtener la amplia gama de piedras de colores que
emplearon en el tercer piso. 36
Por otra parte, volviendo al mural de mosaico que Cetto realizó en el plafón de su estu-
dio, es claro que él pudo haber aprovechado también algo de los materiales que O’ Gorman
había estado recolectando para sus proyectos. Recordemos que mi padrino recogió piedras
pequeñas de colores por todo el país para representar el espíritu nacional en la superficie de
la Biblioteca Central, así como para recubrir de mosaicos la casa de sus sueños que por esos
años construía en avenida San Jerónimo, en El Pedregal de San Ángel.
La representación pictórica que hace Max en su propio estudio es, sin embargo, lejana
a la temática de Juan y a la de Diego, muy distante de la perspectiva de otros muralistas y
arquitectos que en ese momento trabajaban en la naciente Ciudad Universitaria; Max lo
complementó con otros motivos que ya relaté y nada tienen que ver con motivos prehispá-
nicos ni con el espíritu nacional.
La casa se presta de manera notable para hacer fiestas, a lo cual Catarina era bastante
afecta. No puedo decir que tenga el recuerdo fresco de las personalidades que venían de
visita o se alojaron en casa, como Gropius, Frank Lloyd Wright, Paul Linder, Diego Rivera,
Max Frisch, Rufino Tamayo, Carlos Mérida y buena parte de la pléyade de artistas y arqui-
tectos modernos mexicanos, cuando yo era una bebé, pero recuerdo bastante bien a Barra-
gán, mucho a Mathias Goeritz, Félix Candela, Paul y Marianne Westheim, Paul Kirchhoff,
los Stavenhagen y los O’Gorman, por mencionar unos pocos. La amistad más entrañable de
mi padre en México fue Juan O’Gorman, mi padrino, lo repito, de quien aprendí historia
de México en las sobremesas. Todos los domingos de mi infancia, adolescencia y primera
juventud, Max y Juan jugaban ajedrez, cuando no en Agua 130, en la casa-cueva de avenida
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San Jerónimo, de manera que tuve la fortuna de conocerla bien y de disfrutarla hasta que
34 Heredia, The Work of Max Cetto, 212.
35 En Juan O’Gorman, “Diego Rivera, Arquitecto” (Ciudad de México: INBA, Departamento de Arquitectura, Cuadernos
de Arquitectura, núm.14, 1964), LXX-LXXI disponible en https://fa.unam.mx/editorial/wordpress/wp-content/Files/
raices/RD15/cuadernos/cuaderno_14.pdf.
36 El relato detallado sobre la técnica empleada por Juan y Diego se encuentra en Antonio Luna Arroyo, Juan O’ Gorman
(Ciudad de México: Cuadernos Populares de Pintura Mexicana Moderna, 1973), 142-150.
37 El cartero Ferdinand Cheval aprovechó, durante 33 años, su ruta postal para recoger piedras, llevarlas a casa y usarlas
para edificar el castillo de sus sueños: el Palacio Ideal, cerca de París. Mi padrino Juan lo admiraba, tanto que a su memoria
dedicó un mosaico en el castillo de sus sueños, la casa de avenida San Jerónimo 162, con este texto: “A la memoria de
Ferdinand Cheval olvidado dedico”. Pero, vean la ironía, fue justo en 1969 —año en que Andre Malraux, en su calidad
de ministro de cultura, declaró al castillo de Cheval Patrimonio de la Humanidad y aseguró su conservación— cuando la
casa polícroma y fantástica de O’Gorman fue despiadadamente destruida por su compradora. Abundo al respecto de la
casa-cueva en http://blog.casaestudiomaxcetto.com/arte/juan-ogorman-el-tio-tlacuache/.
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