Page 78 - Libro Max Cetto
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Cetto visto desde la cercanía






                  piedra de lava como material estructural y aparente, mosaico, madera, etcétera, sembró la
                  morada para él y su familia sobre la roca, integrando las vistas interiores con el paisaje cir-
                  cundante: del lado surponiente la cordillera de las Cruces y el Ajusco; en la cercanía terrenos
                  poblados por helechos, orquídeas, cactus, palo bobo, suculentas, estrellitas, tigridia. También
                  era notable la abundancia de pirules –conocidos como árbol de Perú– cuyo origen es Suda-
                  mérica. Hasta aquí habían volado las semillas, así que formaba parte de la biota “original”. 33
                      Aprovechar las condiciones del medio natural –el mar de lava con la presencia de ser-
                  pientes de cascabel, alacranes, tarántulas– para diseñar y desarrollar el jardín, fue también un
                  reto extraordinario, al que Catarina se sumó y pronto acabó por tomar las riendas.
                      El jardín no se diseñó exclusivamente con flora endémica, es también un registro del
                  espíritu viajero de su creadora. Cuando se acostumbraba “pueblear” en nuestro México Ca-
                  tarina volvía con esquejes de cada viaje, pero también cuando viajaba a su natal Suiza se las
                  ingeniaba para traer consigo “piecitos” y semillas, de manera que el resultado es una especie
                  de “jardín botánico de los cinco continentes”, o así lo calificó un conocedor del Jardín Bo-
                  tánico de la Unam. Desde un inicio coincidieron Max y Catarina en que habría que tener
                  dos zonas de césped, necesario y disfrutable espacio, especialmente para las criaturas. Es,
                  digamos, el mínimo de pasto necesario en el ambiente rocoso que, por cierto, se respetó
                  íntegramente.

























                                                                                                            Fig. 22 Primera
                                                                                                            etapa de la
                                                                                                            Casa Cetto con
                                                                                                            Catarina en el
                                                                                                            jardín poniente,
                                                                                                            1949, Archivo
                                                                                                            Max Cetto UAM
                                                                                                            Azcapotzalco.

                      Como digo, no se voló o dinamitó lava alguna en Agua 130. La edificación emerge de la
                  lava, lo cual se aprecia particularmente en la fachada oeste. La importancia que el arquitecto
                  profiere a los muros y las paredes de piedra, propia del lugar, es enorme, ya que no utiliza la
                  piedra como recubrimiento sino como material estructural, visible tanto al exterior como al
                  interior de la morada.

                  33 Acerca de la vista, comentaría en 1954 el arquitecto y novelista suizo Max Frisch: “Ahora nos encontramos en El
                  Pedregal, un barrio de la Ciudad de México en que únicamente se permite la edificación de casas modernas. Por cierto
                  que nuestro anfitrión es un arquitecto alemán que emigró a este país, Max Cetto. Estamos en su azotea y miramos sobre el
                  altiplano mexicano, en la distancia observamos la blanca capa del Popocatépetl, un paisaje grandioso, duro y paradisíaco a
                  la vez. Alrededor, la lava negra y violeta, y entre las rocas, flores de todos los colores del arcoíris.” Marlene Rall reproduce
                  la cita en Renata von Hanffstengel y Cecilia Tercero, El exilio bien temperado (Ciudad de México: Unam, Instituto de
                  Investigaciones Germano Mexicanas A.C., Instituto Goethe, 1995), 280.

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