Page 60 - Libro Max Cetto
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Un tributo a Max Cetto





































                                                                                                            Max Cetto en
                                                                                                            la Facultad de
                                                                                                            Arquitectura (UNAM),
                                                                                                            fotografía de Felipe
                                                                                                            Leal, 1979.

                      Cetto me marcó en mucho, más de lo que puedo reconocer. Me indujo su vocación y
                  amor por la naturaleza, su admiración por el paisaje mexicano y a entender lo accidentado
                  de los terrenos. Coincidentemente, el taller de arquitectura que hoy lleva su nombre se
                  asienta en un sitio pedregoso y a dos kilómetros se encuentra su casa en la calle de Agua, en
                  el Pedregal de San Ángel; casa emblemática del fraccionamiento por su solución arquitec-
                  tónica y por ser la primera en habitarse, la cual tuve la fortuna de conocer durante algunas
                  revisiones que hizo de mi trabajo y que años más tarde ‒quién me dijera‒ sería mi oficina.
                      Otro hecho destacado para mí fue acompañarlo y acercarnos a cierta distancia del hotel
                  balneario San José Purúa, una de sus obras insignes del principio de su carrera en México,
                  misma que él definía como “rústica contemporánea”. Aquel hotel tuvo su esplendor pero, al
                  llegar al exterior y ver lo que le había sucedido, ya que lo había tomado una firma española y
                  habían modificado sustancialmente el acceso, me dijo: “Prefiero no bajarme, entra tú, revisa
                  cómo está el vestíbulo, acércate al paisaje. Yo aquí te espero porque prefiero conservar el
                  recuerdo de lo que fue este lugar a lo que se ha convertido hoy”. En efecto, el conjunto se
                  había transformado en un hotel muy banal y contrario al espíritu de sus orígenes. Me quedé
                  sorprendido del emplazamiento orgánico de los edificios en el terreno, un conjunto sinuoso
                  de habitaciones y albercas en los límites de la barranca. Recuerdo que tuvo mucha paciencia
                  al esperarme más de una hora en el auto; quién sabe qué estaría pensando o recordando.
                  Al volver vi su cara de tristeza y continuamos nuestro viaje hasta algunos pueblos de Mi-
                  choacán, donde nos acompañó en ocasiones a un grupo de estudiantes. Él recorría las plazas
                  y los lugares de interés para luego hacernos comentarios y análisis de los sitios. Mi tesis fue
                  un mercado y un rastro en Los Reyes y Tocumbo, en la zona aguacatera de Michoacán. Para
                  ambos proyectos los comentarios de Max fueron decisivos.
                      Más allá de esta directa relación tutorial, me legó una visión humanista al vincular
                  el arte y la arquitectura con el pensamiento creativo. Él estuvo bajo la influencia de Wal-
                  ter Gropius, Hans Poelzig ‒arquitecto y escenógrafo expresionista‒ y Ernst May, gran-
                  des personajes de la arquitectura y el urbanismo alemán de los años treinta; sobre todo
                  May, promotor de Das Neue Frankfurt, propuesta urbano-arquitectónica que evidenciaba

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