Page 61 - Libro Max Cetto
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Felipe Leal
la austeridad necesaria para las nuevas construcciones, la modernidad relacionada con la
dignidad de la vivienda para la vida cotidiana, con la economía de materiales, con nuevas
formas y espacios abiertos. Ahora bien, lo que más lo influye a su llegada a México, con el
determinante paso previo por California y trabajar con Richard Neutra, fueron el paisaje,
el medio ambiente y la cultura de lo local. Max fue de las primeras personas a quienes escuché
hablar sobre el ahorro energético, cuestionar el aire acondicionado en un país con el clima
de México, aprovechar la energía pasiva y permitir la permeabilidad del suelo en la Ciudad de
México para la recarga del manto acuífero. Reflexiones que hoy pueden ser ya cotidianas y
que muchas personas manejan, pero hace 40 años resultaban visionarías; Max las repetía con
frecuencia y las aplicó en sus construcciones. Toda su obra está vinculada con la naturaleza.
No agredió al paisaje, estableció un diálogo permanente con él.
Fue un ser reflexivo, crítico y agudo. Cuestionaba las estadísticas y la numerología, decía
que una de las grandes mentiras son las estadísticas, que el mundo contemporáneo se había
vuelto un universo de información inútil, que esos datos no servían para nada y nos invitaba
a la reflexión crítica. En el renglón arquitectónico cuestionaba precisamente los edificios con
vidrio espejo, cerrados; era un amante de la ventilación cruzada y de la integración al medio
ambiente. Estableció una utilización lógica con los materiales de la región. Él nombró a su
hacer como “rústico contemporáneo” por el empleo de la piedra, la madera, el vidrio ligero, la
vegetación y el barro unidos al concreto, materiales lógicos para adaptarse al clima y al lugar.
Más que un erudito era un sabio; pensaba, reflexionaba, observaba, se daba el gusto y el
tiempo para leer. Cultivó grandes amigos y personajes importantes. Cerca de él estuvieron
Juan O’Gorman ‒quien por cierto fue su compadre, padrino de sus hijas Ana María y Be-
ttina‒ y Mathias Goeritz, a quienes con frecuencia se refería, así como a otros no tan cono-
cidos como Jorge Rubio, un destacado arquitecto yucateco con quién realizó en conjunto el
hotel balneario de San José Purúa y falleció muy joven.
El mayor ejemplo que me dejó y del que con el tiempo me he dado cuenta fue su sobrie-
dad como persona, la sobriedad de su lenguaje plástico y de su actitud en la arquitectura; sin
sobredimensionamientos, posición contraria a la estridencia de gran parte de la arquitectura
comercial contemporánea. Entendió cabalmente el accidente topográfico, el diálogo con
la lógica constructiva, el amor por la naturaleza, la honestidad y el vínculo entre el arte, la
arquitectura y la ciudad, trinomio que cotidianamente cultivó.
Para mí fue un honor conocer, estar cerca y haber sido parte de la última generación a
la cual Max Cetto dedicó su tiempo para brindar sus conocimientos sobre la arquitectura, la
naturaleza y sobre el desarrollo de la humanidad. Pero más allá de su aguda visión, fue un
gran hombre, una buena persona, un ser humilde de gran sensibilidad. Agradezco la invi-
tación que me hizo Bettina Cetto para rendir este breve pero sentido tributo a mi maestro,
Max Cetto.
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