Page 17 - Libro Max Cetto
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Juan Manuel Heredia
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exclusivamente a José Villagrán García y los lugares de honor siguientes corresponderían
a figuras como Carlos Obregón Santacilia, Juan O’Gorman, Alberto T. Arai o Mauricio
Gómez Mayorga. Las teorías de estas figuras, sin embargo, muy a menudo consistían en
diatribas, polémicas o, en el mejor de los casos, especulaciones técnicas o filosóficas que
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tenían poca relación con lo construido o bien demasiada abstracción de ello. Sin desarrollar
plenamente el punto, Edward R. Burian ha identificado y definido a este fenómeno de po-
larización y extravió dentro del discurso arquitectónico del país como la actitud de “deriva
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(drift) que caracteriza a toda una generación de arquitectos modernos mexicanos”.
Con Cetto nos encontramos, en cambio, con un arquitecto que escribe desde y para la
arquitectura sin por ello dejar de referirse a la cultura, sino más bien abordándola desde un
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horizonte disciplinar. Sus escritos, es cierto, podrían catalogarse más propiamente como
“crítica” o inclusive “historia” de la arquitectura. Yo quisiera en cambio reclamar para Cetto
una posición de teórico, entendiendo a ésta en un sentido simultáneamente amplio y res-
tringido que la define como el pensamiento surgido desde la disciplina. Se trata de hecho
del sentido original de la “teoría” vitruviana, aquella para la cual la arquitectura no son sólo
los edificios, ni siquiera los proyectos, sino el conocimiento de los arquitectos: su “oficio” o
“ciencia”. Bajo esta perspectiva, arquitectura y teoría de la misma serían prácticamente idén-
ticas. Nada mejor que su libro Arquitectura moderna en México para reconocer en Cetto este
espíritu dual de conciencia cultural y autoconsciencia disciplinar.
De la misma forma en que en el primero de Los diez libros de la arquitectura Vitruvio dis-
cutía en momentos en lo que “la arquitectura consiste” (architectura constat) y en tantos otros la
importancia para los arquitectos de otras disciplinas como la historia, la música, la jurispruden-
cia, etcétera, en su libro Cetto alternaba constantemente su foco de atención de la arquitectura
al mundo. El libro abría con una definición, no de la arquitectura sino del arquitecto, tomada del
prólogo de Los diez libros de la arquitectura de Leon Battista Alberti, el florentino que siglo y me-
dio después de Vitruvio se propuso continuar el legado del romano, actualizado a su contexto:
Architectum ego hunc fore constituam, qui certa admiribilique ratione et via tum mente ani-
moque diffinire: tum et opere absolvere didicerit quaecumqe ex ponderum motu corporum-
que compactione et coaugmentatione dignissimus hominum usibus bellissimi commodentur. 11
A pesar de lo pedante que podría parecer la inclusión del fragmento de Alberti en su
versión original en latín, la intención de Cetto era recordar a sus colegas mexicanos tanto lo
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específico como lo venerable de su profesión. No obstante ser una obra trilingüe –en alemán,
inglés y español– y por lo tanto pensada para su difusión internacional, su libro estaba explíci-
tamente dirigido a ellos y su objetivo era contribuir al desarrollo de la arquitectura mexicana: 13
7 Arquitecto con quien Cetto colaboró a su llegada al país.
8 Esto último era de hecho una queja común sobre Villagrán. Ver por ejemplo la reseña de Joseph A. Baird “Builders in
the Sun. Five Mexican Architects, by Clive Bamford Smith”, The Hispanic American Historical Review 48- 2 (mayo de 1968),
312-313, https://doi:10.2307/2510791 y Augusto H. Álvarez en Graciela de Garay ed., Historia oral de la ciudad de México,
testimonios de sus arquitectos (Ciudad de México: Instituto de Investigaciones Doctor J. M. Luis Mora, 1994), 14-15.
9 Ver Edward R. Burian, “The Architecture of Juan O’Gorman: Dichotomy and Drift” en Edward R. Burian ed., Modernity
and the Architecture of Mexico (Austin: University of Texas Press, 1997), 127-149.
10 De algunos otros de sus colegas podría decirse lo mismo, por ejemplo, del también exiliado Vladimir Kaspé.
11 Max L. Cetto, Modern Architecture in Mexico, 9. La traducción del texto se incluye más adelante.
12 El fragmento pudo haber sido un gesto de reconocimiento no sólo a la autoridad de Alberti, sino también a la de un
arquitecto moderno que admiraba y que, como Poelzig, se había distinguido por tratar de otorgarle a la arquitectura el
lugar que le correspondía dentro de la cultura: Adolf Loos. En efecto, en 1924 Loos había propuesto su propia (y muy
sucinta) definición del arquitecto como “un albañil que ha aprendido latín”. Ver Adolf Loos, “Ornament und Erziehung”
(1924) en Trotzdem, 1900-1930 (Innsbruck: Brenner: 1931), 200-205.
13 Es también por esto una lástima que el libro no haya tenido mejor difusión en el país y que ninguno de los medios
impresos especializados más importantes, especialmente las revistas Arquitectura México y Arquitectos de México, haya
realizado reseña alguna.
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