Page 18 - Libro Max Cetto
P. 18
Max L. Cetto y el territorio de la arquitectura
Estoy convencido de que el mejor servicio a los arquitectos de este país, que se carac-
teriza por sus marcados contrastes y lo despreocupado de su expresión artística, se hará
analizando sus obras para darles su lugar en el desarrollo general de la arquitectura y
considerarlas como ejemplos que no sólo son válidos dentro de las fronteras nacionales. 14
Concebido como un “servicio” a sus colegas mexicanos, el libro pretendía entonces analizar
la arquitectura moderna del país con el doble propósito de situarla en un contexto interna-
cional y demostrar su valor en él. En este pasaje Cetto también reconocía indirectamente
aquella “deriva” señalada por Burian al hablar de la “despreocupación” o “falta de consciencia”
15
(Unbefangenheit) prevaleciente en el arte mexicano. Unas líneas más arriba, al elogiar a los
mexicanos por su “sensibilidad”, “talento eminentemente estético” y entendimiento del arte
como “una expresión elementalmente humana y no un adorno de la vida”, Cetto ya había
advertido que para los arquitectos del país “es el ojo fácilmente seducido el que se decide por
16
los adelantos modernos y no el intelecto que reflexiona (reflektierenden Verstandes)”. Más
allá de esto, es importante ahora considerar el contenido mismo del fragmento de Alberti:
Llamaré arquitecto a aquél que con cierta y admirable razón y método, sepa definir
mediante el entendimiento y el ánimo, como también determinar mediante la cons-
trucción, cualesquiera obras que por movimiento de pesos y acoplamiento y unión de
cuerpos resulten hermosamente cómodas para los principales usos de los hombres. 17
Aunque omitida por Cetto, la continuación y conclusión del pasaje reza así: “Para que
tales obras puedan hacerse es necesario que conozca y aprenda otras muy buenas y muy
dignas cosas: a ese llamaré arquitecto”. 18
Considerándolo en su totalidad, el pasaje de Alberti sintetizaba en unas cuantas líneas
el mensaje principal del primer libro de Vitruvio que, como hemos dicho, alternaba la expo-
sición de principios específicamente arquitectónicos con los conocimientos “externos” que
los arquitectos debían ocupar para lograr una “formación integral” (encyclios disciplina). Con
el fin de excusarse de lo “incómodo” que para sus lectores, arquitectos mexicanos, resultaría
el epígrafe de Alberti, Cetto aseguraba que no intentaba “aburrirlos con teorías abstractas”,
ya que él mismo definía a la arquitectura como “lo hecho por los arquitectos” (was die Archi-
tekten machen). En apariencia tramposa, esta definición tenía un sólido fundamento histó-
19
rico toda vez que la palabra arquitecto es el origen de arquitectura. A lo largo de su texto
Cetto, sin embargo, dejaba entrever su propia concepción de la arquitectura y en este sentido
aludía y en ocasiones se refería explícitamente a los equilibrios requeridos por Alberti entre
“intelecto” y “emoción” (mente et animoque) o entre “técnica de la construcción” y “composi-
ción de masas”, lo que ya Vitruvio en su primer libro había conceptualizado al hablar de las
14 Max L. Cetto, Modern Architecture in Mexico, 11.
15 Max L. Cetto, Modern Architecture in Mexico, 11.
16 Max L. Cetto, Modern Architecture in Mexico, 10.
17 Traducción libre del autor. En la primera edición en español (Madrid: Alfonso Gómez, 1582) el pasaje dice así: “Pero
determinaré que éste será arquitecto, el cuál con cierta y admirable razón y camino, hubiere aprendido así a definir con el
entendimiento y el ánimo, como también [a] determinar con la obra cualesquiera cosas que por movimiento de pesos, a
pegamientos y ayuntamiento de cuerpos hermosamente son cómodas a los principales usos de los hombres”.
18 Traducción libre del autor. En la primera edición en español: “[…] las cuales [las obras] para que las pueda hacer tiene
necesidad de aprehensión y conocimiento de otras muy buenas y muy dignas: así que tal será el arquitecto”. En el original:
“Quae ut possit, comprehensione et cognitione opus est rerum optimarum et dignissimarum. Itaque huiusmodi erit architectos.”
19 En efecto, antes de que la palabra arquitectura fuera acuñada a finales del primer siglo A.E.C. la palabra arquitecto
en sus equivalentes griego (architekton) y latín (architectus) llevaba ya varios siglos de existencia. Fue esta palabra de
hecho la que derivó en aquella dada la necesidad de otorgar un nombre a “lo que los arquitectos hacen”. Esta es una
particularidad propia de nuestra disciplina y que la distingue de otras artes –“liberales” o “mecánicas”–, en la medida
que la afinca categóricamente en el campo práctico, o mejor dicho poiético, de donde surgió. Aristóteles clasificaba a la
arquitectura junto con las otras artes como un “hábito productivo acompañado de razón verdadera” (lógou alethoús poietiké).
Ver Aristóteles, Ética Nicomaquea-Política (Ciudad de México: Porrúa, 1967), 76. Una mejor traducción es “producción
razonada verdaderamente”, que entraba en estrecha relación con su orthós lógos o “recta razón”. Ética Nicomaquea Z, 4; 1140
a 5-10. Ver Enrique Dussel, Filosofía de la producción (Bogotá: Nueva América, 1984), 40, 190-192, 227.
18