Page 35 - Libro Max Cetto
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Cristina López Uribe y Salvador Lizárraga Sánchez






                                       y presencia internacional? ¿Qué imaginaba que ofrecería a la comunidad internacional que
                                       no brindaba aquel libro? ¿Por qué busca a editoriales extranjeras –y no mexicanas como Paul
                                                                                                17
                                       Westheim y el resto de alemanes en México– para publicar? ¿Por qué buscaba que lo escu-
                                       charan fuera de este país? Parte de estas respuestas podemos adivinarlas con la carta a Hatje
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                                       mencionada,  pero habría también que preguntarnos ¿por qué si Girsberger y Reinhold no
                                       aceptan, Hatje sí se muestra interesado y participa en la negociación posterior? Retomando
                                       las palabras de Cetto: ¿cuál es entonces el valor de una publicación sobre la arquitectura
                                       mexicana en Europa?  19
                                           Seguramente la respuesta a esta última pregunta está relacionada con la campaña de
                                       Estados Unidos a través del MoMA para situar a América Latina como su aliada durante
                                       la Segunda Guerra Mundial, expresada primero con Brazil Builds (1943) y luego con Latin
                                       American Architecture since 1945 (1955), en conjunto con muchos otros libros sobre arte de
                                       la región. Aún más, para los estadounidenses, el caso específico de la arquitectura latinoa-
                                       mericana parecía ofrecer una alternativa viable a la renovación de la arquitectura moderna.
                                       En el contexto de la Guerra Fría, con Alemania dominada cultural y militarmente por EUA
                                       y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), es posible entender que se pu-
                                       blicaran libros sobre países latinoamericanos. Sin embargo, no se puede negar la calidad de
                                       la arquitectura mexicana de los cincuenta, el nivel que alcanzó –probablemente hasta ahora
                                       no hemos vuelto a lograrlo– y que ya comenzaba a vislumbrar un cierto camino alternativo,
                                       ante el agotamiento del lenguaje racionalista o la crisis del simbolismo de la arquitectura
                                       moderna, síntoma de la cual, para no pocos locales y foráneos, era la arquitectura de la Ciu-
                                       dad Universitaria con sus murales.

                                           Aunque algunas de estas preguntas en parte se expliquen con la correspondencia existente
                                       en el archivo familiar de Max Cetto en Coyoacán, es probable que nunca tengamos respues-
                                       tas definitivas, pero su planteamiento nos permitirá realizar una lectura crítica a ese objeto
                                                                                                                  20
                                       del que “a primera vista, parece que todos tenemos un conocimiento esencial”  pero cuya
                                       historia, por lo menos en la arquitectura mexicana, apenas empezamos a descubrir: el libro.
                                           Las editoriales a las que Cetto propuso su libro publicaban a autores totalmente con-
                                       sagrados como Le Corbusier, Mies van der Rohe o Walter Gropius. Esto significaba que
                                       sus ediciones tenían un público y un mercado comercial completamente asegurado. Los
                                       lectores que compraban los libros de arquitectos como los mencionados conocían desde
                                       hacía décadas sus obras: la Villa Savoy, la Bauhaus de Dessau y el Pabellón de Barcelona, por
                                       mencionar algunas, ocupaban ya un lugar seguro y de indiscutible importancia en la historia
                                       de la arquitectura occidental. Los edificios mexicanos que formarían parte del libro de Cetto,
                                       salvo raras excepciones, eran desconocidos en Alemania y en el resto de Europa. Por otro
                                       lado, los autores que escribían sobre aquellos arquitectos –como Sigfried Giedion, Philip
                                       Johnson o Bruno Zevi– eran también internacionalmente reconocidos y una garantía para el
                                       éxito comercial de casi cualquier proyecto editorial. Para 1956 Max Cetto como autor y crí-
                                       tico era aún desconocido en México y en el extranjero; si bien su obra arquitectónica había
                                       sido publicada en algunos medios importantes, nunca tuvo la misma repercusión que la de
                                       aquellos arquitectos ya consagrados en ese momento. Es aquí donde radica la extraordinaria
                                       importancia de su proyecto. ¿Cómo logró Cetto convencer a una de las editoriales más impor-
                                       tantes del mundo para incluir en su catálogo un libro que presentaba edificios muy
                                       poco –o nada– conocidos internacionalmente? ¿De qué manera logró posicionarse en el
                                       mismo lugar que ocupaban los autores más importantes de la época? Más adelante veremos


                                       17 México en ese momento ofrecía buenas alternativas, como la editorial arquitectónica de la revista Espacios de los
                                       arquitectos Lorenzo Carrasco y Guillermo Rosell, con quienes al parecer, mantenía una buena relación.
                                       18 Ver nota 7.
                                       19 Ver cita en la página 33.
                                       20 Amaranth Borsuk, The Book (Cambridge: mit Press, 2008), 14.


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